"Nadie quiere vivir aquí, hay una cacería de niños": Habitantes de la Cota 905 a un mes del operativo policial
El 7 de julio un mega operativo policial y militar se activó en distintos barrios del oeste de Caracas, siendo denominada "Operación Gran Cacique Indio Guaicaipuro" y, según informó en sus redes sociales Carmen Meléndez, ministra de Interior y Justicia, concluyó con “la liberación de diferentes sectores de las parroquias afectadas en la ciudad de Caracas, así como la captura de 33 delincuentes, entre ellos tres paramilitares colombianos”.
Pero según la ONG Monitor de Víctimas, solo cuatro asesinados formaban parte de las bandas delictivas de los sectores de La Vega, Cota 905 y El Cementerio, donde se desarrolló el operativo. Todos los líderes de las bandas lograron escapar.
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“Nos metieron a todos para un cuarto y mientras estábamos ahí escuchamos dos disparos, uno de esos disparos fue el que le dieron en el pecho a mi hijo”, contó Tibisay Suárez, madre de Antony Valero, un hombre de 29 años que fue presuntamente asesinado por las fuerzas de seguridad venezolanas en el barrio de la Cota 905 en Caracas.
Suárez, que vive en la parte alta de la Cota 905, aseguró a NTN24 que los policías la amenazaron con esposarla cuando intentaba ir a la parte de abajo de su casa, donde un grupo de funcionarios estaba buscando a su hijo. “Lo mataron y se llevaron el cuerpo. Y si mi hijo era un delincuente y estaba armado, y si supuestamente lo matan en un enfrentamiento, ¿por qué le dieron un solo tiro y en el corazón, y por qué no esperaron el levantamiento del cuerpo sino que se lo llevaron?”, concluyó Suárez, sentada delante de un pequeño altar que improvisó en la sala de su casa para que los vecinos y amigos pasaran a darle un último adiós a su hijo.
A lo largo de la Cota 905, entre las angostas escaleras que ascienden a lo más recóndito del barrio, varias casas vacías tienen carteles de “se vende esta casa”, esto según la comunidad, a raíz del operativo.
“Nadie quiere vivir aquí - comenta Yadira, nombre ficticio para proteger su identidad - porque hay una cacería de niños. Las FAES (Fuerzas de Acciones Especiales de la Policía Nacional) entran todos los días a buscar niños y les ofrecen chucherías para que les digan dónde están los malandros escondidos, pero aquí ya no quedan malandros de las bandas. Ahora lo que hay es policías que suben a tumbarnos las puertas para robarnos lo poco que tenemos”.
Las veredas y callejuelas están, incluso durante el día, prácticamente desiertas. Solo algunas personas pasan rápidamente para volver a sus casas o salir a la avenida, pero con paso apurado y temor, porque las alcabalas que hay en los accesos al barrio revisan a todo el mundo.
Hay un toque de queda impuesto por la policía a partir de las 6 de la tarde.
“Mi hija mayor, a eso de las 3 de la tarde (del martes 13 de julio, durante allanamientos de las DIP (División de Investigación Penal de la Policía Nacional) en la zona) llamó a su hermano para saber si estaba bien. Él le respondió que sí, que él estaba resguardado, pero resulta que ya la policía estaba dentro de la casa y lo hicieron atender la llamada. Esto lo sé porque estaba con mi otro hijo, el menor, y él me lo contó”, narró entre lágrimas, Jenny Pérez, en la sala de su casa con un retrato de su hijo en las manos.
“A él lo agarraron, lo encapucharon, lo golpearon y lo sacaron de mi casa. Le dijeron que caminara y no volteara, lo sé porque me lo contaron unos vecinos, entonces fue como si lo hubiesen dejado ir. Pero él se fue a buscar refugio en algún lado y luego me enteré, por los vecinos, que lo sacaron de una casa ya muerto. Me imagino que lo persiguieron, vieron donde se metió y entraron para matarlo. A mi hijo le dieron un solo tiro en el pecho”.
“Hoy mismo me pasó, que en la mañana hice tres arepas y aquí en la casa ya solo quedamos mi hijo menor y yo, todavía siento que está aquí”. Joel era un adolescente de 16 años, que jugaba básquet en una liga en el Cocodrilos Sport Park en El Paraíso.
En la Cota 905 nadie tiene derechos ni beneficios y la comunidad no tiene libertad de tránsito, según da fe Olga Terán (nombre ficticio a petición de la entrevistada). “Aquí vivimos de atropello en atropello. Nosotros no tenemos la culpa de lo que hacen los muchachos, porque uno pare hijos pero no pare condiciones. Entonces, está bien, hagan lo que tengan que hacer (la policía), pero no vengan a atropellarnos. Aquí nadie sabe, aquí nadie habla y aquí nadie ve porque hay mucho terror”.