Se nos ha vuelto difícil, no imposible, revertir la tragedia que deja de ser drama al volverse casi insoluble, y que se ceba sin discriminar sobre los venezolanos. Y no es sólo que la satrapía criminal instalada a partir de 1999 – que frisa 25 años – ejerza su maldad absoluta libre de toda contención, nutriéndose de la misma, llevándola hasta el paroxismo. A su largo han mediado asesinatos de Estado, es verdad, que reposan en el olvido tras los nuevos que preceden a la práctica de las desapariciones forzadas, verdaderos crímenes de lesa humanidad.
Hoy es Edwin Santos, por su relación con María Corina Machado. Ayer lo fue Fernando Albán, por su vínculo con Primero Justicia, o el general Baduel, por el peligro de su liderazgo dentro del régimen al que sirvió. Mas al principio, ¿no lo recordamos? quedaron a la vera Antonio López Castillo y Juan Carlos Sánchez, tras el crimen contra Danilo Anderson; el periodista Orel Zambrano y el veterinario Francisco Larrazábal, por ser testigos contra Walid Makled, de cuyos dineros se benefician civiles y altos militares. Asimismo, el gobernador de Apure, Jesús Aguilarte, una vez como el presidente Uribe descubre con las manos en la masa a los operadores militares venezolanos del narcotráfico. Le siguió la embajadora Olga Fonseca. En mi libro El problema de Venezuela (1998-2016) sobran los datos de esa putrefacción institucional, a lo largo de un ominoso y desdoroso tramo de nuestra historia bicentenaria que no llega a su final.
¿Acaso, junto a los crímenes de trascendencia mundial que conoce la Corte de La Haya, adosados a la corrupción – se desviaron US $ 300.000 millones de dólares de la renta petrolera, según confesaba el ministro chavista Giordani en 2016 – pueden reputarse de injustas las sanciones adoptadas por la comunidad internacional? ¿Es irrelevante el pacto de la satrapía venezolana con el narcotráfico, que la transforma en operadora del negocio desde 1999? Lo denunció el comandante Urdaneta Hernández y lo ratificó ese mismo año Carlos Andrés Pérez: “Ha irritado a Bogotá” y “hay núcleos de oficiales institucionalistas en desacuerdo con lo que se está haciendo”.
Nada cambia, sin embargo, ciertamente. Y razón de fondo sigue siendo la misma.
Durante el referendo de 2004 que organiza María Corina Machado, apoyada por la Coordinadora Democrática y que logra su objetivo con absoluta excelencia, fueron los partidos “de oposición” – “cascarones vacíos” los llama el mismo Pérez – los que recularon ante la victoria. Se ocultaron, temerosos. Jimmy Carter les convenció de la derrota, tanto como Putin ahora dice que Maduro venció en los comicios del 28J. Y Lula da Silva no da su paso, para reconocer a Edmundo González Urrutia.
Los algoritmos trucados de 2004 se descubrieron tardíamente. Los analizaron las revistas científicas más importantes de Occidente. Y tras el revocatorio, los mismos de ahora le pidieron al país pasar la página, seguir adelante. Luis Vicente León se encargaba de convencer al empresariado – tras él las cabezas de los “cascarones” – de convivir con Chávez, con el mal absoluto, pues era inderrotable. Ha pocas horas repite la misma escena ante el cuerpo diplomático acreditado en Caracas.
La generación de 2007 demostró con el referendo de la reforma constitucional y antes de que los señalados “cascarones” corrompiesen a alguna de sus cabezas, que era un mito la fuerza de la revolución. Las élites políticas y empresariales “de oposición democrática” miraban de lado. Son los mismos que concurrieron para fortalecer y sacar del subterráneo la candidatura del comandante Chávez en 1998, enterrando la opción democrática de Henrique Salas Römer, un “radical”, como se dice ahora de Machado.
Mientras se violan a menores de edad, se practican encarcelamientos por miles y siguen los asesinatos para acelerar el terror en los mayores y en la totalidad de la población, el régimen ha pulverizado a la soberanía nacional. Le ha irrogado un golpe de Estado. Ha hecho cesar todo fingimiento, toda la falacia política que se construyera con el Foro de Sao Paulo a partir de 1989.
Desde en un teatro neroniano de traiciones y enconos, en lo adelante fuera del “sistema”, que cuenta con la fiel audiencia de la susodicha élite opositora franquiciada por la dictadura, y mientras el narcotráfico y el lavado de dineros de la corrupción siguen haciendo de las suyas, ambos se aprestan para repetir la historia.
De manos de la “cubana” embajadora europea en Caracas, un llamado Foro Cívico que es extensión intelectual de las iniciativas que emprendiera el rector de la UCAB y una parte de Fedecámaras para frenar en seco a Machado y horadar su victoria totalizante en las primarias, ahora viaja por Europa para pedir ayuda. Demanda que se le levanten las sanciones a Maduro; que olvidemos el 28 de julio y dejemos de lado a los “radicales” (más del 80% de los venezolanos) para que haya entendimiento, entre todos, léase, entre ellos. Para que los moderados – a quienes se les ofende llamándoseles “alacranes” – puedan rehacerse de sus curules y pulperías, sobreviviendo “hasta el final”, incluso sobre un camposanto.
A esa misión de lesa traición a los venezolanos – no a Machado y tampoco al desterrado Edmundo González Urrutia, víctima del mismo tándem – poco importa, por lo visto, lo que sabe el fiscal Karim Khan, ni las violaciones de jóvenes en Mérida por sicarios del terrorismo de Estado.
Acerca de situaciones como la de Venezuela, vuelta una prisión, decía Juan Pablo II que se trataba de un mal de proporciones gigantescas, un mal que ha usado las estructuras estatales mismas para llevar a cabo su funesto cometido, un mal erigido en sistema”. Francisco calla, entretanto. Y se preguntaba aquél Santo Pontífice sobre si ¿existe un límite contra el cual se estrella esa fuerza del mal? Sí, existe, respondió. Es la fuerza de la bondad, la concretada en el deseo de la vuelta a la patria que hace realidad el 28J y encarnan la radical Machado y don Edmundo.