“Por primera vez en muchos años México tiene un presidente con valores morales y éticos como merecen los mexicanos. México tiene el primer presidente honesto en muchos años, el primer presidente decente en muchos años”.
Esas fueron las palabras del presidente argentino Alberto Fernández en conferencia de prensa conjunta durante su visita oficial a México. Y no fue tan solo una vez.
Nótese que Fernández se refirió a la supuesta deshonestidad de los presidentes anteriores en la misma oración en la que agradecía a México por su empatía con tantos exiliados argentinos en el pasado. No hay peor forma de ingratitud que la de un reconocimiento acompañado de un insulto. Quien lo hace se define a sí mismo.
López Obrador, a su vez, ya lo había recibido con más de una disimulada cortesía. Fernández apenas había pisado suelo mexicano cuando su anfitrión se despachó criticando la “vacunación secreta para los de arriba” en su habitual conferencia matutina. “Van a haber vacunas para todos y no hay preferencia para nadie”, reafirmó el presidente de México. Solo le faltó un “¿me escuchaste, Alberto?”.
Fernández no obstante lo elogió de arriba a abajo durante los tres días de su visita. En todo caso se cobró el sarcasmo de López Obrador con los anteriores inquilinos de Los Pinos—el actual presidente reside en Palacio Nacional—a quienes llamó deshonestos e indecentes. Cumbre bilateral pero a ese punto de utilería y vergüenza.
Es sabido que el presidente de Argentina se siente a gusto en la obsecuencia. Es así en casa, donde recibe el desprecio cotidiano de su vicepresidente. Con ella siempre intenta lo imposible: complacerla. Con López Obrador tal vez tuvo éxito apelando a eso del “primer presidente honesto y decente en muchos años”, pero tampoco es seguro. Ocurre que el presidente de México proviene del PRI, partido que gobernó durante 70 años; es decir, el partido de varios de esos “deshonestos e indecentes”.
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Fernández abandonó la obsecuencia por un rato en ocasión de la rueda de prensa, sustituyéndola por la insolencia. Ello es habitual en su trato con periodistas, tal vez para parecerse más a su mentora. Refiriéndose a “la payasada” del vacunatorio VIP, aseguró que no había delito en “adelantarse en la fila”, ignorando el articulo 256 bis del Código Penal sobre Tráfico de Influencias. Y todo eso en visita de Estado, con las banderas de México y Argentina detrás de él. De ahí lo de bochorno.
Ante lo inexplicable sobre la vacunación VIP y su inexistente estrategia sanitaria, atribuyó su fracaso a “la pesada herencia macrista y vidalista”. Fernández no discrimina: insulta a mexicanos y argentinos por igual, y lo hace en visita oficial. O sea, ofende a sus anfitriones y lleva cuestiones menores de política interna a una reunión bilateral de nivel presidencial, nótese la improcedencia.
El nombre de María Eugenia Vidal invocado para lamentarse—Fernández es un lamento permanente—obedeció a la designación de la exgobernadora al frente de la misión de observación electoral de la OEA en El Salvador. En paralelo, la Cancillería Argentina emitió una nota de protesta, oportunamente respondida por la Secretaría General de la OEA, también por constituir un improcedente lamento.
Sin embargo, López Obrador se acopló al tema. Ello se refleja en la declaración conjunta, una serie de buenos deseos pero con un ataque a la OEA y a las misiones de observación electoral. Volvieron a la vieja historia de Bolivia, donde el fraude documentado por la OEA obligó a la renuncia de Evo Morales en 2019. Nunca mencionan que la misión de la Unión Europea arribó a las mismas conclusiones acerca de aquella elección dolosa.
No es habitual, por cierto, que un documento conjunto al concluir una cumbre bilateral—técnicamente, una formalidad sobre temas específicos de las relaciones entre esos dos países—concluya con un panfleto pseudo ideológico acerca de un tercer país, Bolivia, y cuestionando, a esta altura ad nauseam, el papel de una organización multilateral.
Todo esto responde a la extraviada agenda internacional de ambos países y es reflejo, al mismo tiempo, de la profunda degradación institucional por la que atraviesan. No es accidental entonces que, persiguiendo la trasnochada idea de un “Grupo de Puebla” funcional al castro-chavismo, ambos gobiernos se dediquen a vulnerar toda solemnidad del Estado en un evento internacional. Pues también lo hacen en casa.
En el caso especifico de Argentina, la desinstitucionalización se manifiesta en la búsqueda de la impunidad para corruptos, por medio del ataque sistemático a la Justicia; en el cuestionamiento arbitrario de los derechos de propiedad, de las empresas no amigas del poder; y en las reiteradas insinuaciones del gobierno acerca de la suspensión de las elecciones de este año 2021. No sorprende, todo ello está en el ADN de la fuerza gobernante desde su primer desembarco en el poder en 2003.
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López Obrador, por su parte, se ha dedicado desde el comienzo de su Presidencia a erosionar las instituciones que sostienen la estabilidad política de la transición democrática desde el año 2000. Lo hace con una discrecionalidad que no ocurría desde Porfirio Díaz, según el consenso entre muchos historiadores. Y degrada el Estado mexicano con frecuentes gestos amistosos hacia el narcotráfico. Recuérdese la liberación del hijo del Chapo Guzmán en Culiacán, el cálido saludo a su madre en Badiraguato y el verdadero rescate presidencial del General Cienfuegos.
Pues todo esto debe verse en el marco del llamado Grupo de Puebla. Reciclaje de CELAC, Unasur y Foro de São Paulo, instancias desprestigiadas internacionalmente, dicho Grupo trabaja para beneficio de La Habana y Caracas. Lo cual jamás ocultan, disfrazan, ni disimulan.
Pero digámoslo claro y sin eufemismos: el castro-chavismo no es un proyecto político. Es tan solo el vehículo del crimen transnacional para acceder al poder y capturar el Estado. Por ello ocurrió esta cumbre de presidentes sin vuelo, al servicio de quienes persiguen la destrucción de las instituciones que sostienen nuestra vida colectiva. Eso es lo peor de este bochorno.