La guerra en Ucrania, en Europa y en América Latina: por Héctor Schamis

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La guerra en Ucrania, en Europa y en América Latina: por Héctor Schamis

El triunfo ucraniano es necesario para la supervivencia de la democracia y la vigencia de los derechos humanos.

La guerra ya cumple un año y transita una fase de equilibrio. Ucrania produjo importantes contraofensivas, pero no logró recuperar todos los territorios que le pertenecen, incluyendo los ocupados desde 2014, el Donbas y Crimea. Rusia, por su parte, incapaz de avanzar territorialmente, se limitó a mantener sus posiciones y continuar con los crímenes de guerra, en los últimos meses destruyendo infraestructura eléctrica y represas de agua.

De ahí que la terminación de la guerra tal vez no esté tan cerca como se pensaba en el último otoño del hemisferio norte. Precisamente por ello, el equilibrio en cuestión subraya la importancia de las múltiples arenas en las que se libra este conflicto, la primera guerra sistémica europea desde 1945. Como tal tendrá efectos de largo alcance en el tiempo tanto como en el espacio.

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Un año después, esta guerra “sistémica”, justamente, supone una visión estratégica; es decir, un diseño geopolítico para el futuro; un proyecto financiero, pues ninguna guerra es gratis; una confrontación comunicacional, o sea, ganar la batalla de la narrativa mientras se cultiva la empatía; y, desde enero pasado, también una contienda jurídica internacional.

Vayamos por partes. Conveniente para Rusia, el status-quo no es una opción para Ucrania. Invadida sin provocación previa, despojada de territorios internacionalmente reconocidos como propios y con una economía diezmada, Ucrania está obligada a forzar una modificación del equilibrio militar actual decididamente en su favor. Si bien la idea de Putin de ocupar el país ha fracasado, más aún la quimera de anexarlo, el empate actual no obstante imposibilita una Ucrania libre, democrática y firmemente alineada con Occidente.

En este sentido, es auspicioso que—finalmente—Alemania haya aprobado el envío de tanques Leopard y Estados Unidos de los Abrams; y que la neutral Suiza haya acordado el suministro de municiones. Las demoras de las potencias europeas se racionalizan en función de las amenazas de Putin de responder con armas nucleares ante cualquier escalamiento o intervención directa de OTAN en el conflicto.

Paradójicamente, ceder a dichas amenazas es inconducente a la propia paz y estabilidad del sistema internacional y contradictorio con la nueva realidad europea. Si Putin infiere que sus amenazas nucleares son suficientes para emascular a Ucrania dentro de una geografía amputada y con su soberanía fragmentada, tolerarlo solo serviría para naturalizar cualquier futura invasión. Ya ocurrió en Georgia en 2008, y en Ucrania en 2014 y 2022. Y agréguese Siria fuera de Europa.

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Por otro lado, sostener la no-intervención de OTAN ad infinitum es un argumento endeble, requiere varias acrobacias discursivas. Por un lado, porque el espacio para la neutralidad europea se ha reducido a la mitad. En efecto, con la accesión de Finlandia y Suecia, la frontera de Rusia con la OTAN se ha duplicado, obra del mismo Putin. Y, precisamente, en ocasión de la postulación de dichas naciones nórdicas en mayo de 2022, Putin también había amenazado con gravísimas represalias que nunca ocurrieron. Europa y el mundo no pueden vivir como rehenes de la megalomanía imperial rusa; los mapas de la OTAN y de la Unión convergen en dirección de ser uno solo.

Por ello es que esta guerra representa un desafío estratégico transcendental: reconstruir el orden internacional, consolidar una Europa unida, en democracia y con una OTAN revitalizada. La victoria de Ucrania es condición necesaria para reformular el sistema internacional, retomando el proyecto de la post-Guerra Fría truncado en 1994. Fue en aquel “Memorándum de Budapest” cuando se aceptaron las condiciones de Rusia por las cuales Ucrania entregó su arsenal nuclear y se aplazó su postulación a la OTAN y a la Unión Europea. Es decir, cuando Ucrania quedó sola.

Ucrania hoy ha ganado la batalla de la narrativa. Siempre con su atuendo verde oliva, el carismático Volodymyr Zelensky se ha constituido en símbolo, unificando a Europa detrás de su causa como pocas veces ha ocurrido en la historia. Pero ello no alcanza, él mismo lo repite en cada encuentro con la prensa y con líderes extranjeros. Su Fiscal General, Andriy Kostin, hizo lo propio en su paso por Washington y Nueva York a fines de enero. Los tanques son bienvenidos, dijo, pero la victoria de Ucrania necesita más recursos monetarios, jets de combate y apoyo de Occidente en la arena del derecho internacional.

Ucrania necesita más armamento, pero también necesita aliados para sus iniciativas legales. Kostin viajó para gestionar apoyo al proyecto de creación de un “tribunal especial” para juzgar a los líderes rusos por el “crimen de agresión”. Introducido durante el Tribunal de Nuremberg en 1945 por Aron Trainin, paradójicamente un jurista soviético, el crimen de agresión es uno de los cuatro crímenes internacionales establecidos, junto a los crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y el genocidio.

La Oficina del Fiscal Kostin reporta haber documentado 67 mil crímenes de guerra, incluidos 155 casos de violencia sexual. También estima que 15 mil niños fueron secuestrados y deportados a Rusia; el traslado forzoso de la población es un crimen de lesa humanidad. Y trabaja arduamente en documentar el crimen de genocidio, “la deliberada intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”.

Existe evidencia de los tres tipos de crímenes, pero el umbral de la prueba es muy alto, su documentación es trabajosa y la identificación de responsables no siempre es cristalina. Por el contrario, probar el crimen de agresión es expedito, ya que define las responsabilidades en términos de decisiones políticas, con lo cual imputa específicamente a líderes políticos. Así, se define como “el uso de la fuerza armada por parte de un Estado contra la soberanía, integridad territorial o independencia política de otro Estado, o en cualquier forma que sea inconsistente con la Carta de las Naciones Unidas”.

O sea, es inequívoco, el crimen de agresión ocurre cuando se invade otro país sin motivo ni provocación previa. El primer tribunal especial a tal efecto de la historia fue el de Nuremberg en 1945, el propuesto hoy también se inspira en los tribunales especiales de Yugoslavia, Ruanda, Sierra Leona y Camboya. Por eso el gobierno de Zelensky ha localizado la discusión en el seno de los organismos internacionales dada la necesidad de lograr una resolución en la Asamblea General de Naciones Unidas. Es el lugar natural, además, pues un miembro permanente del Consejo de Seguridad viola los principios y disposiciones fundamentales de la propia Carta de las Naciones Unidas.

El tema llegará también al continente americano, donde, a diferencia de Europa, será arduo lograr un consenso en favor de la posición de Ucrania. Por varios motivos, hay una larga historia de “neutralidad” en América Latina; las comillas por haber sido casi siempre neutral no por principios sino por hipocresía. El único país alineado con los aliados en la Segunda Guerra Mundial fue Brasil. No faltaron quienes declararon la guerra al Eje, solo que a posteriori de su capitulación.

La duplicidad latinoamericana se observa hoy en el posicionamiento de varios países en relación a este conflicto. El propio Zelensky desnudó las miserias éticas y políticas de la región. “¿De qué lado estaría Simón Bolívar en esta guerra que desató Rusia contra Ucrania? ¿A quién apoyaría José de San Martín? ¿Con quién simpatizaría Miguel Hidalgo? Creo que no ayudarían a alguien que solo está saqueando un país más pequeño como un típico colonizador”, les dijo en un video en octubre pasado.

Nunca más oportuno, pues Maduro habla de imperialismo, pero además de miles de oficiales de inteligencia cubanos tiene tres bases militares rusas, en Valencia, estado Carabobo, y Manzanares, estado Miranda. Otro tanto Ortega. En su discurso él sigue en guerra con los contras, pero en junio pasado la Asamblea Nacional de Nicaragua autorizó el ingreso de equipamiento y personal militar ruso al país a partir de su petición. Y la presencia militar rusa en Cuba, a su vez, se remonta a la era soviética y continúa.

Luego están los incoherentes, los que votan de manera contradictoria en los foros internacionales: Bolivia siempre se abstiene en este tema, pero Argentina, Brasil y México votan erráticamente en relación a la invasión rusa de Ucrania. Mantener el status-quo o una eventual victoria de Rusia serviría para empoderar aún más a los dictadores aliados a Putin. El triunfo de Ucrania es necesario para la supervivencia de la democracia y la vigencia de los derechos humanos en América Latina.

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El régimen de Maduro está bajo investigación de la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad, existen denuncias contra la dictadura de Ortega-Murillo por crímenes similares—esta última semana por el traslado forzado de los presos políticos “liberados”—y la documentación del caso cubano incluye hasta el concepto de “formas contemporáneas de esclavitud”. Putin en un tribunal internacional es una pésima noticia para todos ellos.

Pero no es todo. Putin ante un tribunal internacional que lo juzgue por el específico crimen de agresión es un mensaje directo para las ambiciones expansionistas de Nicolás Maduro. Venezuela tiene un reclamo sobre el Esequibo, territorio de Guyana que representa nada menos que dos tercios del país. El diferendo existe desde el siglo XIX, pero ha crecido en intensidad a partir de 2015. La razón es simple: en ese año se descubrieron gigantescas reservas de petróleo en el suelo oceánico próximo a dicha región, convirtiendo a Guyana en una de las economías de crecimiento más rápido del planeta y proyectada a convertirse en la de mayor ingreso de petróleo per cápita del mundo.

Guyana representa una fracción del territorio y el poderío económico y militar de Venezuela. Pero en Venezuela, como en Rusia, gobierna un déspota en apuros, sancionado y sin legitimidad internacional. No sería la primera vez que un tirano repudiado por su pueblo se embarque en una aventura militar pseudo nacionalista—es decir, por medio de un crimen de agresión—para recuperar fuerza. Por todo lo anterior, un tribunal internacional para juzgar el crimen de agresión de Rusia también sería una gran noticia para la paz y la seguridad de las Américas.

Esta guerra europea de hoy es una guerra global. Como bien dijo Viet Thanh Nguyen, “Todas las guerras se libran dos veces, la primera en el campo de batalla y la segunda en el recuerdo”. Como Nuremberg, dicho tribunal es necesario para no olvidar, para vencer también en la guerra de la memoria.

Héctor Schamis

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