¿Los últimos días de Vladimir Putin?: Por Héctor Schamis

Vladímir Putin

¿Los últimos días de Vladimir Putin?: Por Héctor Schamis

Lea aquí la última columna de opinión de Héctor Schamis, profesor de la Universidad de Georgetown.

Al saltearse dos vencimientos, Rusia entró en default de su deuda externa el pasado 27 de junio, una vez pasado el período de gracia de 30 días. Para analizar episodios similares hay que retrotraerse a 1918, cuando los bolcheviques desconocieron las deudas acumuladas durante el período zarista. O bien a agosto de 1998, cuando Rusia entró en cesación de pagos.

En 1998, sin embargo, el default fue por deuda denominada en moneda local. El cambio del régimen cambiario hacia la flotación libre produjo una corrida y devaluación, con la consiguiente contracción de la actividad económica. Los inversores extranjeros se deshicieron de activos; varios bancos quebraron producto de la estampida. No pocas economías emergentes se contagiaron de la “gripe rusa”.

Ello erosionó la autoridad de Boris Yeltsin, entonces presidente de la federación. En agosto de 1999 Putin llegó al cargo de primer ministro y a la presidencia en diciembre. La secuencia no es sorpresa: crisis monetaria, crisis bancaria, crisis política. Ese es el argumento aquí, con la salvedad que hoy comienza con una aventura militar y luego siguen sus efectos financieros, pero ahora circunscriptos a Rusia.

A diferencia de 1998, los mercados de capitales internacionales han neutralizado el riesgo desde el comienzo de esta guerra, aislando a Rusia con sanciones. El riesgo de contagio es menor. Algunos analistas incluso sostienen que, dada la alta volatilidad geopolítica, los inversionistas han venido reduciendo su exposición desde 2014 a raíz de la anexión de Crimea.

Hoy Rusia tiene los fondos del vencimiento, 100 millones de dólares, y expresó voluntad de pagar, pero está excluido del sistema internacional de pagos y no puede acceder a sus reservas internacionales, aproximadamente 640 billones de dólares distribuidos entre Nueva York, Londres y Frankfurt. Es decir, los fondos en cuestión no pueden llegar a sus acreedores. Una perenne discusión se deriva de esto: la efectividad, hoy evidente, de las sanciones.

El Kremlin se refiere al default como “artificial” e “ilegal”, algunos lo llamaron un “robo de Occidente”. El impacto es innegable, pero lo que más le importa al Kremlin es lo que viene. Además de las sanciones, el default afectará gravemente la reputación crediticia del país. Un país en default no regresa a los mercados de capitales por un largo tiempo.

Todo lo anterior podría profundizar más el aislamiento de Rusia, especialmente si Europa logra reducir su dependencia de la energía rusa, afectando su capacidad de continuar la guerra. Una guerra es siempre una operación financiera, históricamente con deuda e inversores extranjeros. Vuelvo a lo anterior: crisis monetaria, bancaria y política. Putin comienza a saber de qué se trata.

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Y no es la única preocupación. Esta semana también tuvo lugar la Cumbre de OTAN en Madrid. De allí surgen dos malas noticias para Putin. Por medio de un memorándum de entendimiento entre los tres Estados, Finlandia y Suecia aceptaron levantar el embargo de armas a Turquía. También resolvieron cortar el financiamiento de los grupos separatistas kurdos, analizar las solicitudes de extradición de militantes y flexibilizar la legislación a efectos de facilitar la deportación de sospechosos de actos terroristas. Como contraparte, Turquía apoyará el ingreso de Finlandia y Suecia a la OTAN.

El precio es alto, sobre todo en términos de la tradición escandinava de asilo y protección de derechos humanos, pero es un precio a pagar. Es necesario para asegurar la expansión de OTAN y consolidar el mundo báltico completamente dentro de una Europa unida—esa es la amenaza de primer orden—y para alejar a Turquía de Rusia y crear “incentivos democráticos” para Erdogan.

En la cumbre también se adoptó un nuevo “concepto estratégico” que identifica a Rusia como la amenaza más grande para la OTAN. De ello se deriva el compromiso de fortalecer la alianza aumentando el gasto en defensa hasta alcanzar el 2% del producto y reforzando las unidades en el flanco oriental. La incorporación de Finlandia y Suecia asegura este punto, duplica la extensión de la frontera de Rusia con la OTAN.

No es la primera vez en la historia que un autócrata con delirios de grandeza embarca a toda una nación en una aventura militar irracional. Por ello Putin no solo es una amenaza para la OTAN, también lo es para la estabilidad, prosperidad económica y seguridad de la propia Rusia; hoy más vulnerable, no menos, que el 24 de febrero.

Como le dijo Sauli Niinistö, el presidente de Finlandia, en relación a la expansión de la OTAN: “Usted causó esto. Mírese al espejo”. Por el bien del mundo, con Rusia incluida, que estos sean los últimos días de Vladimir Putin.

Héctor Schamis

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