Macron, Rusia y las lecciones nórdicas

Emmanuel Macron

Macron, Rusia y las lecciones nórdicas

Lea aquí la última columna de opinión de Héctor Schamis, profesor de la Universidad de Georgetown.

“Europa en riesgo mortal”, lo tituló The Economist, “la oscura y profética advertencia” de Emmanuel Macron. Ello a partir de una disertación en la Sorbonne y una entrevista con dicho medio en el Eliseo. Allí, el presidente desarrolla lo que llama “el triple riesgo existencial de Europa”: la amenaza a su seguridad, la precariedad de su economía y la fragilidad actual de su democracia.

Los tres, a su vez, en una relación de causalidad recíproca. En estas notas me concentraré en la cuestión de la seguridad, expandiendo el análisis acerca de la incertidumbre económica y la inestabilidad democrática en entregas posteriores.

El razonamiento de Macron es obvio: la amenaza principal proviene de la política exterior de Putin. “Si Rusia triunfa en Ucrania no habrá seguridad para Europa”, advierte, pues podría extender dicha agresión hacia sus vecinos, Moldova, Rumania y los Estados Bálticos entre ellos.

Sin duda, Ucrania es la primera trinchera de defensa de Europa, no la última. Lo incomprensible es reconocer esta realidad recién ahora, siendo que la agresión rusa comenzó mucho antes del 24 de febrero de 2022. Algunos hitos en ese recorrido a continuación.

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En agosto de 2008 fuerzas rusas ingresaron en Georgia para apoyar a Osetia del Sur y Abjasia, enclaves étnicos con una historia de intentos secesionistas. En febrero de 2014 Rusia invadió y anexó Crimea y en abril de ese año ocupó el oriente ucraniano, “la guerra del Donbas”. En septiembre de 2015 se involucró en la guerra civil en Siria permitiendo la consolidación de al-Assad. Y a partir de esa fecha comenzó a surgir evidencia firme de operaciones desestabilizadoras del grupo Wagner en Libia, República Centroafricana y Mali.

No obstante, la política exterior europea optó por el apaciguamiento. En buena parte se explica por Minsk y Nord Stream 2, acuerdos que normalizaron la presencia militar rusa en el Donbas y profundizaron su dependencia en la energía rusa, respectivamente.

En 2017 Macron llegó a la presidencia con una “Gran Estrategia” hacia Rusia, una “nueva arquitectura para generar confianza y seguridad”. Su enfoque era que la seguridad de Francia y de Europa no podría ser garantizada sin un acercamiento a Rusia y que ignorar dicha realidad había sido un grave error. Sobre este punto, en 2019, también en una entrevista en The Economist, Macron señaló que OTAN sufría de “muerte cerebral” y que debía “despertar a riesgo de desparecer”. Verdadera música para los oídos de Putin.

El 7 de febrero de 2022, dos semanas antes de la invasión, Macron visitó a Putin en Moscú. Le expresó la necesidad de mantener un “diálogo sincero”, ello como antídoto al escalamiento de tensiones. Para entonces, Rusia ya tenía 100 mil soldados estacionados en la frontera. El Reino Unido envió armamento pesado a Ucrania, pero Alemania y Francia se opusieron a “acciones que pudieran agravar la situación”.

La invasión del 24 de febrero demostró la futilidad del apaciguamiento. Aun así, en junio siguiente Macron declaró que Rusia “no debía ser humillada en Ucrania” a efectos de que el día que las acciones bélicas se detengan sea posible construir una salida a través de canales diplomáticos. Macron le abrió esa puerta de salida una y otra vez sin recibir de Putin nada que lo justificara.

La disuasión de un adversario hostil debe ser acompañada con una amenaza creíble para tener probabilidades de éxito. Una y otra vez también, Macron se rehusó a aplicar dicho principio elemental. Desde su “Gran Estrategia”, con la que llegó a la presidencia en 2017, existían antecedentes de agresión rusa en Europa, Medio Oriente y África. Más aún, Putin ya había desplegado su menú de tácticas híbridas en la propia Francia interfiriendo en la elección para favorecer a Marine Le Pen, la rival de Macron.

Después de repetidos zigzags y de haberle renovado su voto de confianza más allá de toda razonabilidad, Macron llega a la conclusión que la gran amenaza para Europa proviene de la Rusia de Putin; una verdad de Perogrullo en Finlandia y toda la Europa post-comunista. La paloma se ha convertido hoy en halcón. Su diagnóstico es acertado, la solución que propone no necesariamente.

Para enfrentar el problema Macron promete mayor ayuda militar a Ucrania, mientras regresa a las metáforas arquitectónicas y de los grandes rediseños estratégicos. Si bien no carga explícitamente contra OTAN, como en su “Gran Estrategia” de 2017, vuelve a caracterizar la dependencia militar de Europa con Estados Unidos como el problema. Por cierto, casi un sinónimo, la formulación de hoy también toma distancia de la Alianza Transatlántica y reduce su papel estratégico.

Propone para ello un “un nuevo esquema de seguridad (exclusivamente) europeo” que incluya poner la infraestructura de disuasión nuclear de Francia, autónoma de OTAN desde los tiempos de De Gaulle, dentro de ese nuevo esquema. Es decir, un paraguas nuclear para Europa por fuera de OTAN; acaso si ello fuera suficiente, es la pregunta obligada que genera temor en el resto de los europeos.

El punto es que, sin OTAN en el centro de la escena, la vulnerabilidad europea crece. El problema no es OTAN, sino que los europeos se resisten a gastar más en defensa y llegar al 2.5 % del producto, como los expertos en el área recomiendan. Si estas ideas de Macron son en anticipación al posible regreso de un euroescéptico Trump a la Casa Blanca, la solución es mayor cercanía con OTAN, no menor, y mucho menos la incertidumbre de un rediseño de las instituciones de defensa para enfrentar la amenaza rusa que, acertadamente, ha identificado.

No es OTAN o Europa, es OTAN y Europa. Esas son las lecciones de los países bálticos y nórdicos que Francia y el resto de Europa deben asimilar. Pequeños y vulnerables frente a la amenaza de Rusia, la cantidad de acuerdos de cooperación en defensa entre los Estados bálticos, con OTAN y con “NORDEFCO”, Cooperación Nórdica, ha crecido significativamente en respuesta a la invasión de Ucrania y cubre las más variadas áreas. También han aumentado su gasto en defensa.

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Suecia y Finlandia, por ejemplo, países nórdicos y bálticos, y con una tradición centenaria de neutralidad, son ahora miembros plenos de OTAN luego de un laborioso proceso de accesión. La idea de un nuevo arreglo de seguridad europeo en dirección contraria, que además incluya el paraguas nuclear de Francia fuera de OTAN, les es absurdo.

El caso de Finlandia enseña más todavía. La frontera más larga de Rusia con la OTAN—de hecho, la duplicó—Finlandia ha planificado una economía de guerra, con equipamiento militar, municiones y alimentos en depósitos fuera del país. La hipótesis de un ataque ruso no es nueva, se remonta a la guerra de 1939-40 cuando su ejército resistió la invasión del ejército soviético.

Finlandia posee un nivel de preparación sin paralelo en Occidente. Sus reservas de combustible y granos llegan a seis meses, sus refugios antiaéreos alcanzan para toda la población, tiene la más alta cantidad de artillería de Europa y un tercio de su población adulta son reservistas. Y está acelerando la fabricación de municiones hasta llegar, si fuera necesario, a producir las 24 horas del día. Finlandia es elogiada por diplomáticos y oficiales militares en OTAN y su gobierno expresa satisfacción por haber accedido.

Es paradójico, Macron propuso menos OTAN cuando su proyecto era acercarse a Rusia para generar confianza y seguridad mutua, y propone menos OTAN también cuando se trata de defender a Europa de la agresión de Rusia. Un argumento endeble y ad-hoc que viola el principio de no contradicción: una proposición y su contraria no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo.

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